
Desde tiempo inmemorial el ser humano ha sido errante: seguían las migraciones de los animales que cazaban, huían de tribus hostiles que les arrebataban sus tierras o de glaciares que hacían imposible la siembra de esta. Hacia el año 10,000 a. C., al concluir la última gran glaciación, nuestros antepasados de la Edad de Piedra habían recorrido y poblado casi todo el planeta, excepto las regiones polares. Posterior a esto el ser humano se dedicó a la exploración con dos motivos principales: el comercio y la tierra.
Dada su naturaleza omnívora, el ser humano requiere del intercambio y consumo de productos de distintas regiones. Piteas, mercader de la antigua Grecia, navegó en su barca mucho más al norte del límite conocido de la tierra hasta la remota Tule porque necesitaba nuevos mercados y productos novedosos. Marco Polo recorrió por tierra una distancia tremenda (desde la actual Turquía hasta China) para conseguir los productos que demandaba la población Europea de su época, con especial interés sobre la seda y las especias; estas últimas las cuales eran utilizadas para el sazonado y, principalmente, la conservación de los alimentos. Muchos años después, por este mismo motivo, Cristóbal Colón emprendió el viaje que provocó el descubrimiento de América.